Cambio climático y sequía
Hablar simplemente de sequía en nuestra sociedad es insuficiente, habría que hablar de tres tipos de sequía, en primer lugar podemos hablar de sequía meteorológica, referida a la precipitación, evaluando el grado de sequedad (comparada con el promedio local o regional) y la duración del período seco.
En segundo lugar podemos hablar de la sequía hidrológica, cómo la disminución de la precipitación afecta el flujo de las corrientes, la humedad del suelo, los niveles de los reservorios y los lagos, y la recarga de las aguas subterráneas.
Y en tercer lugar estaría la sequía agrícola, la que preocupa a los agricultores, cuando los suministros de agua disponibles no pueden satisfacer las demandas de agua de los cultivos. Las sequías agrícolas pueden ocurrir por una variedad de razones, incluyendo baja precipitación, el momento de la disponibilidad del agua o la disminución del acceso a los suministros de agua. La distribución temporal y la diferente intensidad de las precipitaciones, aun manteniendo la cantidad total de agua caída, puede ocasionar que no haya suficiente agua disponible cuando más se necesita. Por ello, es posible sufrir una sequía agrícola en ausencia de una sequía meteorológica.
Las altas temperaturas aumentan la sequedad del suelo añadida a la evapotranspiración de plantas y sumada la disminución de las precipitaciones recorta la disponibilidad de agua para usos agrícolas.
Debido a la subida de 1ºC de la temperatura media de la tierra la presencia de vapor de agua en la atmósfera se incrementa un 7% y las precipitaciones entre el 1% y el 3% esto conduce al “dopaje” del ciclo del agua, al cambio de las precipitaciones se une el cambio de patrones, incluso en zonas en las que no disminuyen las precipitaciones estas pueden alternar etapas de falta de lluvias con episodios de lluvias torrenciales. Estas fuertes precipitaciones aumentan la escorrentía, el arrastre de suelo y disminuyen la infiltración en el suelo y la recarga de acuíferos.
No solo los cultivos se ven afectados por la falta de humedad del suelo, también los ecosistemas acusan el estrés hídrico, que se acrecienta con la subida de la temperatura, las plantas regulan su temperatura mediante la transpiración para permitir la fotosíntesis. La degradación de los ecosistemas de las cuencas hidrográficas debilitan la regularidad de los cursos de agua con lo que retroalimentan los procesos de avancen de la aridez.
El avance de la aridez y falta de humedad del suelo hace que en este disminuya la materia orgánica con lo que se debilita su capacidad de almacenamiento de carbono modificando el papel de sumidero de CO2 y simultáneamente incrementando su papel como emisor.
Nuestro país es especialmente sensible a este problema. Hasta este momento podemos observar una subida de la temperatura un 50% superior a la media global experimentada En Andalucía ya se observa un 20% de disminución de las precipitaciones a lo que debemos añadir las perdidas por la evaporación y transpiración.
La nefasta política agrícola de nuestro país multiplica los efectos negativos de la sequía, así en 1995, anterior etapa de fuerte sequía, la superficie de regadío era de 3.350.000 has y ahora son 4.040.000 has con lo que el “déficit” hídrico se acrecienta. No es coherente ampliar la superficie de regadío en los periodos de lluvia regular pues las afecciones se multiplicaran en los sucesivos periodos, cada vez más recurrentes de sequía.
Como la ecología ha puesto de manifiesto todo está relacionado con todo y los cambios en unas variables retroalimentan otras, así la sequía y las altas temperaturas propician las condiciones para los incendios forestales que incrementan las emisiones de dióxido de carbono, reduce en las zonas quemadas la humedad atmosférica con lo que disminuyen las condiciones que propician la lluvia.
Mientras tanto no se ataja el origen del cambio climático, el sistema económico que se mantiene con la quema acelerada de combustibles fósiles y tampoco se afronta la adaptación a efectos indeseables como la sequía, al contrario, aumenta sin parar la superficie de agricultura de regadío, se transforman cultivos tradicionales de secano y no se implementan suficientemente técnicas más eficientes de usos del agua.
Estos y otros efectos negativos del calentamiento global en nuestro país reclaman con urgencia una Ley de Cambio Climático con la eficacia y profundidad de objetivos de mitigación y adaptación necesarios para poder afrontarlos. No es posible seguir proponiendo la “reducción” del 26% de las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030 sobre las emitidas en 2005, año pico de emisiones, cuando la crisis ya ha conseguido esa reducción.